La sonrisa refleja emociones tan bellas como nuestro rostro al esbozarlas. Comprobar que los pliegues de nuestra piel responden al agradable estremecimiento que las provocan. Pliegues unidos al eje de la sonrisa, los labios, caras opuestas del corazón, enfundados en su traje rojo que pide a gritos un beso. (seguir leyendo)
La llama se apagó, las formas cayeron en el olvido de las sombras y el mundo parecía desvanecerse. Seguía boquiabierto, escondido en el rincón tras una desvencijada mesa, temblando y con las gotas de sudor surcando su frente y sus mejillas. Quería mirar atrás, lo deseaba pero tenía el presentimiento de que si lo hacía nunca más se abrirían sus ojos. La madera se retorcía de dolor en crujidos fuertes, pasos que parecían clavarse en las entrañas del suelo. Allí, acurrucado, sus brazos rodeaban las piernas que mantenía pegadas al cuerpo. Todo él temblaba, absorto en su propio mundo del que no quería despertar. La mirada inquieta, un recorrido minucioso y repetitivo de todo los ángulos que podía observar, una visión que se apagaba por momentos. (seguir leyendo)
La vida pasa deprisa, demasiado rápido ante un ojo fijo en la esquina mientras contemplas en giros de 360º el mundo a tu alrededor. Los coches pasando sin cesar, madres con sus hijos, señores con perros, ejecutivos agresivos, niños con cara de limón, patinadores suicidas, el camarero simpático, tu amiga la kioskera. Así recorres ese gran corredor que corresponde a la vida, cuando parece que todo se mueve con mucha velocidad, donde solo se distingue la realidad cuando está algo lejana. Para controlarla quizá, tendríamos que ser como dioses hindúes con ocho brazos articulados, así no pensaríamos en días de 36 horas, porque al parecer con 24 no llega. (seguir leyendo)
Frente a la barbarie nunca tenemos palabras suficientes para transmitir todo lo que sentimos.
¡NO AL TERROR!(seguir leyendo)
¡QUEREMOS PAZ!